Monday, May 12, 2008

Primavera todo el año.


and never the less, it is all worth while
and although you might feel sorry for yourself you feel alive

Fuck yeah love is great
Fuck yeah it is sublime
Fuck yeah suck the marrow out of life
Fucking great coz i really feel that i can fly
HOSPITAL




Abrí los párpados esa tarde de otoño y contemplé que nada había cambiado. Recorrí la habitación de un vistazo: otro ramo sobre la mesa. “Ramiro, que te mejores, Mamá”. Desde la muerte de papá que me manda cinco de esos por semana. El médico todavía no podía comprender cómo no me había curado. Pero era cierto, la cicatríz sobre mi pecho no había sanado por completo. Entró Romina con mi té, tostadas de sevado, dulce rosa mosqueta y un jugo de mandarina. Pero todo esto parecía un sueño, una repetición del día anterior, y del día anterior a este último, y así sucesivamente por dos años y medio aproximadamente; sí, dos años y siete meses.
Antes del hospital había tenido una vida grata. A la mañana paseaba a mi gato, luego desayunaba, prendía la computadora para explayar palabras sin sentido que luego vendía por unos mangos a un director de cine y más tarde me encontraba con René. Me vino a visitar el otro día. Trajo unas flores que ya no están, duraron muy poco, o será que vino hace mucho tiempo… no sé. La cosa es que recuerdo su fragancia a jazmín, su pelo sedoso y negro petróleo que se deslizaba sobre sus pequeños pechos redondos.
Ya no me viene a visitar. Debe sentirse culpable. Lo es, de eso no hay duda. Ella misma lo confesó en la carta que tengo entre mis manos.
Me lo explicó cien veces, pero aún no he logrado entender. Su personal-trainer tenía que mostrarle una nueva técnica para afirmar los esquiotiviales, con una maquina suya, que estaba en su casa. Fueron allí luego de la clase y, una cosa llevo a la otra. No es que me haya inventado esta historia. María, la novia del personal-trainer los vio y me lo contó inmediatamente. Y claro, es mi secretaria, quién no le contaría a su jefe todo con tal de caerle bien. Desde ese momento siempre la noté un poco cariñosa, pero eso no viene al caso.
Resolví que René se marchara de mi vida. Eso quiere decir, que se vaya de mi departamento, me devuelva el auto que le presté, guarde los equipos de audio que le regalé y se los lleve, y que saque a ese gato de paso. Dice que me necesita, y que me ama. Le ofrecí dinero, pero aceptó la mitad y desde allí que no la veo más. De todas maneras, debo llamar a Ricardito para que me consiga el trato con Intertelem & Co. y que le mande los presupuestos.
Me duele el pecho, quizá sean las tostadas, o la piel, que me da picazón y se hincha cada vez más.

Cuando creía que todo terminaría un hombre me salvó la vida. Nunca dependí de nadie. Nadie nunca me importó. Todo era el dinero y la fama, y por sobre todo, el poder. La palabra “amor” no existía en mi vocabulario, no existía aquella palabra para mí. Cuando miro atrás, a aquel atroz accidente recuerdo que caminaba por la calle, con mi traje de dos mil libras, mi maletín (siempre cargaba mi maletín) e iba en dirección a mi Cayenne. Una de las reuniones más importantes de mi vida me aguardaba. Pero en cambio, al cruzar la calle me llamó María, para contarme lo sucedido entre René y su entonces novio. Tanto me sorprendió la noticia que frené en el medio de la zebra. Y a pesar de que iba por donde los peatones deben cruzar, aquel taxi, como todos, venía a mucha velocidad. Es en este momento del relato cuando blanquean mis recuerdos y mi memoria y lo que continuó me lo describió el taxista mismo. Me atropelló y arrojó a unos cinco metros de donde había sido el impacto. El golpe fue tan extremo que las últimas dos costillas de cada costado se quebraron. Sufro de hernia de disco… se agravó. Entre cortaduras, sangre y pavimento, mi pensamiento estaba centrado en René.
El taxista me recogió, y me llevó al hospital más cercano. Pero, ahora según el testimonio del médico de guardia, debió retirarse para continuar su turno, y al ver que me encontraba relativamente vivo, me dejo allí. La agitación y el agotamiento me dejaron inconsciente por dos días. Aproveché para descansar del estrés de las últimas semanas de trabajo que habían sido extenuantes. Había dormido sólo ocho horas por día, escrito casi todas las mañanas y paseado al gato dos veces por día (dos vueltas a la manzana). Además de todo esto había llevado a mi comprometida al cine, a bailar a Crasia, y a comer. El accidente fue realmente un descanso.

Pero todavía daban vueltas en mi cabeza aquellas palabras de mi madre, como un déjà vu infinito. Me habrá mandado por lo menos trecientos sesenta y cinco mensajes y ramos como aquel desde el primer momento en que llegué a esta habitación. ¡Qué gasto! No que sea un problema el dinero. Es un problema mi recuperación, eso quise decir.

Después de pasar dos días inconsciente, abrí mis ojos, y era una tarde igual a la de hoy, pero de primavera. Qué increíble cómo estaban floreciendo los agapanthus. Qué tarado cómo no contemplaba aquellos magníficos colores que anticipaban el calor que se aproximaba. Debo excusarme y decir que era aquel dolor inquebrantable el motivo de mi falta de atención a tan minuciosos aunque bellícimos detalles. Me sorprendió la apertura de mi pecho. Una línea que se extendía a lo largo de mi busto, hasta la cintura, donde luego se dividía en dos.

Recién cuando entró Romina acompañada por el médico me fue concedida la explicación a tan descabellada circunstancia. “Hubieras muerto” fue lo único que me dijo, como si eso bastara. De ahí en más estuve preguntándome qué habían hecho al abrirme, por qué lo hicieron, y si está resuelto.

Están tocando la puerta. Guardaré la carta para que nadie la vea, y porque si es René, verá que me importa. “Pase”, digo. El médico. El mismo rostro que me concedió un “Hubieras muerto” cuando necesitaba explicaciones concretas, diagramas explicativos, ejemplos explícitos. “Te doy de alta”, murmulló, y creo que se dirigía a mí. Pero era imposible, todavía podía ver la sangre sobre mi cuerpo en ese instante. Podía sentir la lenta fusión entre mi piel desgarrada y el asfalto. No estaba curado, y estaba mucho menos apto para volver a mi departamento, donde estaría solo.

Caminé por aquellos largos pasillos blancos. Antes, como buen hombre de negocios atraía todas las miradas, toda la atención. Ahora era como si nadie supiera que yo caminaba por aquel sendero luminoso hacia mi libertad, o mi perdición.
Fue dificultoso abrir la puerta. Sentía cómo se desgarraban mis puntos al hacer fuerza. Lo logré igualmente, siempre lo logro.

Me tomó por sorpresa una señora que pasaba por allí. Me sujetó y con lágrimas en los ojos me dio su pésame. Supuse que se había enterado de la muerte de mi padre, un poco tarde, pero le agradecí su comentario.

Recuerdo que no recordaba como volver al departamento. Irónico qué rápidamente se puede olvidar uno la dirección de su casa cuando el hospital pasa a ser el hogar. Pero allí estaba María, que iba a la oficina y me vio desde la vereda de enfrente. Me detuvo y preguntó como estaba y si me estaba escapando o realmente había sido dado de alta. No la convenció mucho mi respuesta, pero de todas maneras me acompañó al estacionamiento de la oficina donde habían dejado mi auto durante todo este tiempo.

Yo la quiero mucho a mi mamá. Siempre cuidó de mí, siempre estuvo conmigo en los momentos mas difíciles, y me apoyó en mis decisiones. Por eso me parecía raro que hubiera mandado únicamente ramos de flores y cartitas, pero no hubiera venido a visitarme en las útimas semanas.

Mientras entraba al auto y me despedía de María agradeciéndole, pensaba en qué haría al llegar a mi lujoso departamento. Primero, me sacaría estos incómodos zapatos, luego me tiraría en mi cama y llamaría a René, para que me viniera a visitar. Me merezco por lo menos una noche de su compañía despues de haberme engañado como lo hizo. Pero mientras sucedían en mi mente imágenes de su pecho sobre el mío, de su cuerpo desnudo rodando sobre mi cama, pude sentir a María, sentir su olor, y su presencia. Pude contemplar por primera vez aquellos grises ojos que penetraban los míos con tanta euforia que me hacían detenerme en ese instante para siempre. Podía ver sus manos firmes sosteniendo la puerta para que yo entrara. René no había sido nunca tan servicial. Nunca le había importado mi opinión, me despreciaba; eso era lo que me atraía de ella, su indiferencia hacia mis sentimientos. Ahora era distinto. Ahora me atraía María, mi secretaria, que había sido siempre tan comprensiva, solidaria, trabajadora. Su rostro inocente me recordaba a mi niñéz, a aquéllas épocas donde sólo importaba saber reír. Salí de al lado del auto (donde estaba parado, hipnotizado) y la besé, como nunca nadie besó. Sostuve su rostro angelical y delicioso y presioné mis labios contra los suyos en un estado de euforia inquebrantable. Tuve entre mis manos el calor de su piel virgen, de su pelo lacio mientras sostenía su cuello que, al descubierto, esperaba mi tacto.

Quise quedarme en ese estado de armonía por el resto de la eternidad. Mi existencia pasó a ser una mera ilusión, una utopía en comparación a este sueño inadquisible. Perdería todo, y todo lo entregaría con tal de saborear por sólo un instante más aquella boca febril. Como inundado y sin poder pensar permanecí junto a ella, inmóvil, estático, como para evitar que algún movimiento en falso perturbara el momento. Era el poder de su cuerpo, era la forma en que hacía que el dolor de la cicatríz y la incomodidad de mi pecho se desvanecieran, purgados por los cuerpos.

Ella me apartó, sollozando. Nunca vi a una mujer llorar de aquella manera. Sus ojos grises ahora parecían lagunas de tristeza y desconsuelo. Llevó sus manos a su boca, tapando, mientras temblaba, sus finos labios rojos. Perturbado y sin saber qué hacer para detener su llanto, me paralicé, y después de unos segundos me metí en el auto y puse la música, para no escuchar tan triste sonido. Después de un rato tocó la ventana del conductor e hizo señas para explicar que se encotraba major y que ya podía hablarme.

Mi madre había muerto.

Dos semanas atrás.

Sufría de Parkinson lo cual la debilitaba y le complicaba alimentarse.

Lloré. Y lloré un poco más. Hasta que me sujetó por el cuello y me sostuvo tan fuertemente que sentí que nunca me dejaría ir, lo cual me gustó. Me contó cómo había sido, y no le pedí detalles. Las notas y los ramos los había estado mandando ella, porque todavía no había juntado fuerzas para darme la noticia. Quería y prefería que fuera así, en vez del médico de guardia que mostraba poca emoción y pocas palabras.
Nunca había sentido tanta soledad y tanta compañía al mismo tiempo.

Dejamos el auto en el estacionamiento, donde lo encontramos. Ya no lo necesitábamos. Nos teníamos el uno al otro. Me tenía a mi mismo, de nuevo, de regreso, y esta vez de verdad.

Fuimos a mi departamento y lo encontré vacío. Parecía que René había aprovechado y se había llevado todo lo que podía, hasta dejarme sin muebles, sin decoración y sin comida. Pero tampoco me importó.

Se veía tan increíblemente hermosa. Me miraba con tanta tranquilidad y luego giraba la cabeza para contemplar la vista del balcón a la ciudad, que me atrajo hasta su lado. Me apoyé junto a ella, mirando las luces de los autos pasar, contemplando los resabios de otro día de vida, y los inicios de una larga, pero verdadera noche de amor.
Ana, el erotismo y la artimaña.




"A una colectividad se le engaña siempre mejor que a un hombre."
Pio Baroja




ELLA Y SU ENAMORADA

Un, dos, tres. Tres toquidos, suaves, decididos, apasionantes, otra vez. Tres toquidos que la delatan. Tres palabras inmediatas que invaden mi mente cada vez que me visita: calor, sombra, atardecer. Imagino que pasaremos lo que queda del día juntas hoy también. Quiero que esté realmente afuera, para correr a abrirle, para saborear sus tiernos y finos labios que arrastran una frescura propia de la nueva estación anunciadora del sol y las flores. Puedo imaginarla junto a mí en el pasto naciente, bajo la luna en cuarto creciente, y también en el cuarto acariciándome. Cierro los ojos al ver su mano cerca de mi cara y dejo que su olor a primavera, a juventud, a ingenuidad me invada. Me duermo en aquellos brazos febriles, pero indefensos y tiernos bajo la gran sombra de los álamos. El tren pasa por la estación despertando las vías y revitalizando el horizonte con un ritmo incipiente e inmutable.
Y es tan indecente y tan “no-correspondido” nuestro amor que me agobia, pero me acelera simultáneamente el corazón. Es como en los Veinte poemas de amor, donde imploro a los astros, a las estrellas en la noche desierta, porque a pesar de que su amor me llena, me colma de sentimientos, me creo parada en el medio de la nada con ganas de llorar. Somos algo inmenso, y a la vez, una gran bomba de tiempo, una poción, un elixir empalagoso y lentamente letal, y a la vez, no tenemos principio ni final porque somos lo secreto y lo clandestino, porque en realidad nunca deberíamos haber existido. Siento devoción por ella y a la vez se inunda de tristeza todo mi interior, en sus ojos veo los míos y su dolor lo siento mío, intensamente desgarrador. Se quedará un par de días más de lo planeado. Y la voy a obligar a que vuelva con Dago por un tiempo. Es tan intenso todo cuando la distancia aisla y el tiempo se acorta.
Tu-tun tu-tun, tu-tun tu-tun, tu – un, dos, tres toquidos. Iré a abrirle.



ANÓNIMOS

Le llegaban dos o tres por día. Cada vez que veía esos pequeños sobres deslizarse por debajo de la puerta los delgados pelitos de su nuca se estremecían. Eran cartas de amor, eran una declaración excitante y nueva. Y mientras pensaba en eso, mientras leía los garabatos en tinta impura y se entregaba a la lectura se le enderezaban, como en las noches de frío, los pezones. He aquí algunas de las manifestaciones poéticas – algunos dirán impropias – de su amor:


TUS MANOS

"Como el sol a las flores y a las plantas, me ayudás a crecer. Me sujetás la mano y acompañás en el frío de la noche helada, en el alba y en el atardecer. Me siento en una nube pomposa por el sentir que se desata entre las dos. Es un viento fuerte y poderoso, con silencios cómodos y gratificantes, y esperas inquietantes entre encuentro y encuentro.
Como una doncella alada, te llevaré siempre en mis brazos. Soy una mera víctima de tus grandes ojos y tus labios. Lleváme junto a tu cuerpo, en tu madriguera, a donde reposás. Lleváme junto a vos a donde sea, a donde seamos sólo dos en un torbellino de inconsciencia.
Mis manos sobre vos son como dos pequeñas gotas de agua, que se escurren, se dibujan, se plasman. Por miedo a romper el molde de tu mirada y de tu piel se alejan, vertiginosas, dulces por tu tacto, excitantes.
Al mismo tiempo me dan ganas de abrazar tu cuerpo fino, sin miedo a que me detengas, sin miedo a perder el ritmo. Tus dedos suaves y firmes me atormentan en mis sueños, porque al no tenerte cuando despierto, pienso en ellos, y en que no los siento al lado mío. Me atemoriza pensar que te quedaste dormida y que no estamos juntas. Me mata sentir tu respiración mientras se elevan, paulatinamente, tus adictivos pechos redondos y me mata apoyar mi cabeza sobre tu vientre caliente. Y al mismo tiempo cuando estoy con vos se detiene mi pensamiento, todo fluye, todo nace, se escurre y se va. Tan rápido se pasa, ese reloj de arena negra que cuenta los minutos de nuestro encuentro. Es como si cientos de caballos color petróleo me apuraran en un pasillo sin fondo. El tiempo es tan escaso y a la vez tan infinito.
Si no puedo estar con vos, no quiero estar. Quiero simplemente desaparecer en lo que seríamos. Si me acostara y no viera tu rostro junto a mí, me quebraría en cienmil pedazos amorfos e inútiles. Si tu tacto no estuviera para calentar mi mano, no sé qué sería de mi piel. Todo mi cuerpo se convertiría en una ceniza blanca, pura, inmóvil.
Somos un gran libro abierto, un pizarrón en blanco. Somos la foto que nadie sacó, somos el arco iris que nadie mira. Somos cachorros a un minuto de nacer a la vida. ¡Y al mismo tiempo somos todo y somos tanto! Y ante ojos ajenos somos casi poco y nada.
Pero lo único que me interesa es volver a verte. Volver a sentir tu cuerpo y tus manos fuertes. Tu pelo despeinado y tu flequillo que esconde tus ojos profundos y nuevos. Ver qué tenés puesto sobre tus hombros para imaginarme acostada junto a vos sin ello. Sentir tu cuerpo y el mío en uno. Nacer como indefensas e inexpertas a un mundo inhóspito.
Quiero que estés acá, no duermas más, si no es junto a mí. Quiero inmiscuirme en tu lecho y unir mi respiración a la tuya, en un último intento de pertenecernos. Quiero volver a escurrir mis dedos como gotas sobre tu piel y tu pelo. Quiero acariciarte hasta morir de sed, de amor, de miedo.

Entre fingidas sospechas de quién podía ser, caían lágrimas por sus pómulos, por el cuello, por el pecho que respiraba un aire rejuvenecedor, heraldo de peligro, de un camino erótico e incierto."


HOGAR, DULCE HOGAR

Mariela llegó a la casa con ojos bien abiertos. Intentaba aprehender todo lo que pudiera con una sola mirada, para comprender, para saber el por qué de su nuevo trabajo ya que había sido destinada a ser empleada en la casa de los primos de los Tirone. Su madre le había advertido varias veces que esto podía suceder. Sin embargo, cuando surgió la oportunidad fue la primera persona en aconsejarle que aceptara el trabajo de ayudante para Dago y Ana. Le latía rápidamente el corazón, y al mismo tiempo sentía que los segundos que transcurrían eran una eternidad viscosa que le advertía que cada paso hacia su nuevo hogar era en falso.
De pronto se asomó por la puerta principal – que parecía la entrada a un templo musulmán – el dueño de casa. Entre eróticos y sospechosos, sus ojos la recorrieron de pies a cabeza. Se sentía invadida por la repentina presencia de Dago, y entre sentimientos de incomodidad y ansia comenzó a caminar hacia su nuevo Señor para saludarlo y, de esa manera, evitar que la siguiera mirando tan intensamente.
Un par de miradas efímeras alcanzaron para que se entendieran. Ambos estaban al tanto de lo que sucedería entre ellos. Ambos sabían que pronto serían más que dueño y esclava. Y esto no detuvo a ninguno de los hambrientos lujuriosos. Mariela fue escortada por su fiel empleador por el pasillo que conducía al cuarto de servicio. Pasaron frente al estar de ventanales inmensos y una vista lejana, perdida, que enmarcaba un ocaso de colores fuertes pintado de fucsia y amarillo, y naranja. Pasaron por el comedor que los condujo directamente a la cocina, blanca, blanquísima, reluciente. Se sentía protagonista de una gran película hollywoodense, donde la sorpresa de los actores (forzada, pero natural y a veces, real) se manifestaba, tiernamente, en su rostro inquieto.
Al llegar al cuarto de servicio no se desilusionó. Continuaba el estilo modernoso del interior la casa, lo cual la sorprendió. Esperaba entrar a una pocilga, en un espacio oscuro y hediondo. Esperaba ser recibida con brazos cerrados, y, por el contrario, comenzó a sentir una mano cálida deslizándose por su espalda, trepando por el costado de su cintura, con dedos que viborateaban, enérgicos, inmaduros, peligrosos. Ya tenía su vientre al descubierto gracias a la caricia poderosa que la desnudó en un solo ademán efectivo. Y le gustó. Y sintió que la bienvenida era mejor de lo que esperaba. Estaba en casa. Se sentía cómoda y querida, en el seno de una relación traicionera y de alto riesgo. Pero sonrió en la penumbra de una casa vacía y de un cuarto que la acogía entre sus cuatro paredes nuevas. Y se rió con las cosquillas en su cuello, con las caricias y los besos. Y sus ojos se alegraron y sus piernas rebozaron de alegría, mientras sus entrañas aceptaban al nuevo invitado.
El sol se había escondido. Señalaba el final de una vida infantil y repetitiva. Señalaba el nacimiento a la adultez. Era heraldo de que lo bueno estaba a punto de ser estrenado. Y los besos se expandieron por todo el cuerpo, invadieron sus piernas, sus senos, su mente. Conquistada estaba por ese aroma tan nuevo y de antaño que le recordaba a su padre. La boca tenía un sabor conocido, le recordaba a Tristán. Pero olvidó esto en un abrir y cerrar de ojos, mientras sucumbía al placer que le provocaban esas grandes manos sabias.
Ignorando la cordura ante tanta excitación mutua, liberando sus espíritus y uniéndose como animales sedientos, privados por el paso lento del tiempo que les daba a degustar algo tan dulce, se incorporaron, mezclaron, fusionaron y bebieron como seres en un fiel homenaje a la ejecutora intrincada e inevitable más exquisita: la pasión.



ELLAS

Estaban tendidas sobre la inmensa extensión de pastizales que contemplaban la luna creciente y sus compañeras, los luceros. Se sentía en los huesos el frío del silencio. La oscuridad propia del desierto hacía que sus rostros pálidos brillaran bajo las estrellas. De fondo los grillos cantaban un sonido familiar, y se respiraba, se sentía, las invadía la soledad. Era frecuente salir a la noche a respirar. Se acordaban todos los días de mirar el cielo luego del atardecer. Es un momento surrealista donde los colores del día se esfuman, y se entrelazan hundiéndose en el recuerdo de otra jornada irrepetible y única. El pasto las contenía y sentía cada parte de sus pieles descubiertas. Se amoldaban las hojas debajo de sus cuerpos, los contorneaba, las sentía. Era tan agradable disfrutar de esto juntas. Podían aprovechar el campo de sus maridos Tirone. Se sentían acompañadas, el frío puede ser tan rejuvenecedor. Al fin no estaban solas.



LAS ROLÓN

- ¿Mamita?
La joven sirvienta parecía incómoda. Deseaba poder preguntar a su madre todo lo que quisiese tranquilamente y después borrar aquella conversación con un simple ademán mágico.
- Decime, Mari.
Estaban pelando las papas para asarlas junto con la porción de carne que la Señora les regalaba todos los domingos.
- Hay algo que me preocupa, ma. Espero que no suene mal. Pero estuve viendo algo entre los primos… Tristán y la hija de los señores Ana y Dago… y quería saber, nada más, si habías visto algo raro vos también…
- No… creo que no vi nada entre ellos… ¿Te molestaría?
Al escuchar la pregunta inesperada de su madre, titubeó. No quería que le molestara ver a Tristán con Sofía. Dentro de todo, sólo habían tenido un lindo encuentro un par de noches atrás que le había encantado. Se sentía ilusa e impotente. No creía en el amor desde hace mucho tiempo. No creía en el amor desde el abandono de su padre. No creía en el amor, mucho menos entre miembros de una división social como lo eran los Tirone y las Rolón. Y encontró que no había respondido a su madre.
- No, no…
Mientras pensaba fervorosamente, “Debo verlo… debo y no puedo”.



MI AMORCITO

Hola Tristán,
Nunca pensé que esta situación se podía llegar a dar. No soy de escribir cartas, pero me surgió una necesidad de saber cómo andabas por ahí. ¿Que vas a estudiar al final? ¿Te vas afuera? ¿Cómo va la familia? ¡Perdón que te bombardeo con preguntas!
La verdad es que me imaginaba olvidándome por completo de lo buenos que estuvieron los días con vos en el campo. Espero que no te arrepientas de lo que pasó. Al fin y al cabo, nada de remordimiento, ¿no? ¡Mirá que quedamos en eso! No te sientas mal, no sos mi primo, técnicamente.
¿Te acordás que te conté acerca de esa competencia que hay para publicar poemas en una revista? Te dije que me gustaba escribir, pero que me faltaba un poco de inspiración y que todo lo que escribía terminaba rompiéndolo. Me hiciste prometer que por lo menos volviera a intentar poner un par de frases lindas y enviártelas.
Me inspiré en el haras, parece ser, porque, a diferencia de los anteriores, hay un par de cosas rescatables, (me parece… jaja ¡Quiero ver qué opinás vos!)
En fin, aquí lo prometido, a ver si hacés algo y me ayudás con el título.


Buscándome te encontré en las miradas familiares
En el mar abierto en las noches primaverales
Buscando tu cuerpo encontré mi alma
En el medio del campo, en el medio del haras.

Me levanto para encontrar tu rostro
Pero sin poder verte todas las mañanas
Quería tus manos suaves sobre mi cuerpo
Quería tu cabello sobre la almohada.

Tu fugacidad parece el viento de la playa
Que confunde y produce admiración, y agrada
Ese movimiento somnoliento y delicado
Esas ganas de estar yo a tu lado sin más nada.

Como dos torrentes de agua cristalina nos unimos
Surciendo ríos y corrientes al unísono
Impregnando tu fragancia en mi cuello
Impregnando tu color en mi cuerpo.

Como una fusión en perfecta armonía
Como el escalofrío que deja una brisa
Como la fuerza de las olas al pasar
Como la playa uniéndose al mar.

Como gota de agua en tierra sedienta
Como luz de sol en noche, en tiniebla
Como lo básico y esencial que es respirar para vivir
Así te necesito, así me hacés sentir.

Pero nos alejamos de pronto y ya no te veo
Pierdo tus ojos, tu mano, tu aliento
Pierdo tu pecho y cada uno de tus cabellos
Pierdo la vida matando por vos, dejo la emoción y el afecto.

No me dejés aquí abandonada y miserable
No me dejés morir sin tus dedos, sin tu sangre
No me dejés porque si, no me dejés por nada
Dejame por no quererme, aunque no quiera, aunque me deshaga.

Ya perdí tu olor y tu caricia
Perdí el sabor de tu boca y tu cuello
No siento la locura que provocaba tu presencia
Tengo temor a todo, tengo temor a tu ausencia.


¿Ya te dije que te quiero?

Sofi.




PUNTOS FINALES

- Realmente no te entiendo
- ¿Qué no entendés, Salma?
- Que me estás pidiendo el divorcio. Estamos así hace años. ¿Qué pasó ahora que haya cambiado lo que había antes? Podríamos aguantar, ver si algo cambia. Por Tristán.
Ella estaba paralizada. Sorprendida, aunque había imaginado en incontables oportunidades la ruptura de su matrimonio. Era predecible, como el apocalipsis, es sabido que sucederá en algún momento. Nadie sabe bien cuándo, pero será una sorpresa.
- Bueno, la cuestión es que ya arreglé una reunión con mi abogado para repasar la división de bienes.
- Pará…
- Y quería ver cuándo estabas disponible así ya pongo fecha para la tuya.
- Por favor, no sigás…
- Salma. No hagás una escena. Te lo pido por favor. Ambos sabemos que aunque esta ruptura significa un fracaso y una humillación ante los conocidos, es lo más sano para ambos. Mejor dejar la mentira y la careta atrás. De una vez por todas, confesá que sentís lo mismo que yo.
- ¿Si te persuadiera cederías? Sos testarudo, ya lo sé. Y yo, demasiado sumisa, lamentablemente. Te mal acostumbré.
- Ahora sí que estás siendo coherente.
- Hmm
- Necesito que me adelantes una firmita acá. Es para ir haciendo los trámites.
- Tanto apuro… Qué idiota que me hacés sentir Dante.
- Y… nunca es algo agradable.
La mujer miró hacia abajo. Escondida. Intentaba tragar sus palabras como lo hacía habitualmente, y como lo había hecho por los últimos quince años. Juntó las fuerzas para asumirlo de una vez por todas.

- ¿Te crees que no sé lo de tu amante?





LAS DOS

Ni bien se saludaron hubo una conexión intangible, pero fuerte… muy fuerte. La tensión del momento acentuó las modestas palabras de cortesía. Modismos y gentileza por parte de las mujeres, un gran abrazo y un par de carcajadas entre los hermanos Tirone. Era la primera vez que se veían luego del casamiento entre Dago y Ana. Su hija Sofía había nacido dos años antes de que contrajeran matrimonio, cuando Ana era todavía una jovencita de dieciseis. Cuando rozaron sus mejillas, cuando degustaron el perfume ajeno de la otra, cuando sintieron el contacto de la piel, se dieron cuenta de la necesidad carnal que tenía la mujer a la cual estaban saludando. Estaban sedientas y querían adrenalina y placer y encontraron en la otra la saciedad peligrosa y arriesgada, prohibida.
Ana, siete años menor que su concuñada, vestía un solero naranja que resaltaba su cuerpo esbelto de color cobre. Su piel parecía la de un durazno, suave y de aroma dulzón, que incita su degustación. Sus ojos la miraban con ironía. La mueca que lucía en su cara se posaba infranqueable, inamovible y permaneció allí por varios minutos, delatándolas. Se sentían niñas traviesas, comunicando mensajes secretos entre gente ilusa y desinteresada. Ellas, en cambio, eran todo, eran una historia a punto de ser plasmada y llevada a cabo en un borrador, eran trechos desconocidos y se atraían como el agua y el jabón formando pompas. El ambiente las envolvía de forma lúdica, alentándolas a sentir, a tocarse, a desearse como nunca antes habían sido capaces de ansiar.
Luego de sentarse en el living, tras haber recorrido la casa entera entre agasajos mutuos, recuerdos y otras nimiedades, las mujeres se dirigieron a la cocina a preparar algo. Los hermanos, inútiles seres ingenuos, quedaron solos, revisando discos guardados y algún que otro objeto testigo de su niñez juntos.
Y se besaron desaforadamente las amas de casa.
Y se tocaron y se amaron como es debido. (Parecían las estrellas femme en “Los cuadernos de Don Rigoberto” – pero esto era real).
Y se disolvió la ironía, se deshizo la ilusión, se transformó la tensión en regocijo. El manjar más deleitable de la vida. Y más…
Riesgoso, enfermizo, insano, desleal.

Exquisito.




TE AMO

- Shhhh!
- ¿“Shhh” que? Ayer te gustaron mis labios...
- Escucho pasos

Silencio.

- Vamos a otro lado. No me gusta estar en la casa.
- ¿Tenés vergüenza de mí? ¿De que nos vean juntos?

Silencio.
Un llanto nacía desde lo más profundo de su almita triste y solitaria, donde un rayito de luz había comenzado a asomar, por fin, hace algunos días.

- No seas tonta. Sabés cuanto te quiero…

Sólo se escuchaban los sollozos de la mujercita y pasos a la distancia. Luz tenue, cálida. El aire estático afuera de la ventana. La noche los escuchaba atentamente, impaciente. La luna ausente esperaba con fervor palabras de amor. Todo quieto. Todo. Hasta las manos del jovencito pintón que no podía contenerse cuando reposaba en su lecho con la hija de la mucama. Qué muerto que quedaría si los padres lo descubriesen. Qué trago amargo para ellos, y que dulce venganza por haber padecido una juventud tan solitaria. El abandono y la muerte son los peores males de la madre naturaleza.

- Listo. Estamos a salvo. Otro besito, pero esta vez, con ganas.

Ella lo besó con esmero y suavidad. Era el roce entre dos mundos tan cercanos y a la vez tan incompatibles. Él advirtió cómo, sesgadamente, sus pieles se rozaban con emoción en un contacto imantable.

- Mirame. Quiero acordarme de tus mirada triste y tu cuerpo. Quiero ver cada uno de tus cabellos para poder recordarlos, cada uno con su textura, su brillo y color.

La musa lo miraba obediente y callada. (No le había dado instrucciones todavía para que hablara). Se hallaba cohibida. Desprotegida como un ave en pleno vuelo invernal, sin rumbo que indique hacia donde debe planear ni lugar de origen al cual recurrir en caso de mirar atrás. No había vuelta atrás y no quería volver a ser lo que era antes de tener aquellos encuentros con Tristán. Sentía la suavidad de la cama y recordó que la había preparado ella misma unas horas antes.

- Mañana mismo le diré a mis tíos, a mis padres adoptivos, a mi prima, que estamos juntos. Te lo prometo.

La mujercita cerró los ojos. Abatida pero conforme disfrutó lo que quedaba del encuentro furtivo. Quería absorber y degustar con cada uno de sus poros el momento. La noche comenzaba a agitarse a su alrededor. Las cortinas acunaban a las estrellas posadas sobre el cielo añil casi como intentando escapar por la ventana. Cada minuto que pasaba los alejaba, distanciaba sus cuerpos e intentaba disminuir la fusión de sus almas que había sido, hasta ese momento, inevitable. Con cada instante se acentuaban el miedo y la duda. Era eterna la despedida cuando el próximo encuentro se hallaba indefinido. Era fugaz e insulso el último beso de la noche.
Tras un pausado y franco suspiro del muchacho que denotaba cansancio, se despidió la bella durmiente.

- Te amo.

Un silencio desgarrador que no le devolvió una vaga respuesta ni una señal de reciprocidad o agrado la heló y la acompañó de regreso a una cama desordenada y vacía.




CONFIDENCIAS

- Estoy preocupada. Creo que mi hijo se está acostando con la hija de la empleada.
- ¿Viste algo?
- Sí.
- ¿A ellos juntos?
- Bueno, no. En realidad no los ví. Los escuché cuando volvía de verte a vos en tu cuarto. Me quedé despierta media hora más y pude ver por la ventana de mi baño a Mariela volviendo a su casa.
- ¿Y qué pensás hacer?
- Supongo que le diré a la madre que no las necesito a ambas. Que Mariela se consiga un trabajo en otra estancia.
- Porque realmente no podés esperar que el chico aspire a tener una relación normal teniendo como padres a Dante y a vos, que no se besan, no se abrazan, no se quieren.
- No digas eso.
- Es la verdad.
- Pero Tristán sabe que si nos llegamos a enterar de lo que está haciendo no nos va a gustar para nada, me pregunto por qué lo hace a propósito.
- Para llamar su atención, por ahí.
- Si, supongo que sí.
- Qué impredecible que es la vida
- ¡Miranos nomás y comprobalo!
- Si. ¿Y cuántos años tiene Mariela?
- Andará en los dieciseis, ¿por qué preguntás?





NOCHE

De noche ella sentía una mezcla de miedo y curiosidad. Ya había vivido tres semanas en la nueva casa. Los días y las noches habían sido increíbles. Recordaba con vaga melancolía sus días en la quinta de los Tirone, y ya no extrañaba a su madre, no extrañaba a Tristán, no extrañaba su vida pasada. Lo nuevo la llenaba tanto. Le encantaba levantarse para descubrir su cuarto, su lugar propio con muebles que la hacían sentirse más importante. En días de mucho calor tenía la casa entera para ella, porque el matrimonio huía a la playa que quedaba a sólo dos horas de donde vivían. Esto a veces le daba celos, le repugnaba, porque sabía que las manos sabias que la habían hecho sentirse tan a gusto, peregrinaban con devoción la piel de su verdadera ama: Ana. Además, la Señora (le parecía raro cómo sonaba, porque era tan joven la “patrona”) era bellísima. Encarnación de la sensualidad y el encanto, era naturalmente atractiva. Se cuidaba mucho del sol, practicaba muchos deportes, nadaba y se alimentaba bien.
A diferencia de sus padres, Sofía, pasaba gran parte del verano en el campo de su primo. La nueva ayudante de la casa no había tenido la oportunidad de convivir con la muchacha todavía. (Una sensación viscosa, un revoltijo hambriento de nerviosismo y odio surgió en sus entrañas.) Estaba segura de que Sofía había tenido algo que ver.




¿CHOCOLATE, BOMBÓN?


- Mmm! ¿Estás segura de que no es suizo?
- Sí, sí.. lo compré a la vuelta de la esquina.
- Después pasame la dirección.
- ¿Vamos?
- A dónde, tontita…
- Ya sabés.
Una risita quebró la noche helada de gran ciudad. Estaban refugiadas en el departamento que usaba Dago en sus viajes a la capital, por trabajo (o al menos cuando fingía que pasaba unos días allí para atender reuniones de consorcio).
- Ahora sí… no hay nada como comer un buen chocolate en la cama.
- No hay nada como estar cerca del fueguito en la noche, cerca de ti.
- Leemelo otra vez.
- La noche y las luces sobre tu piel me renuevan y me colman de dulzura. La atracción entre los astros y tu mirada me superan. Tus cabellos, la sombra de la luna sobre tu cara, tus manos… el color de tus ojos, el furor de tus labios, acariciada.
- Meloso… me encanta.




CHARLITAS

- Hola, de nuevo. Creía que no iba a volver a verte nunca más… pensé que me dejarías plantado en este café
- Después de lo del otro día, hubiese sido lo correcto. Pero creo que debo darnos una segunda oportunidad.
- Buenas tardes, ¿qué se les ofrece tomar?
- Un capuccino por favor.
- Un té clásico con miel.
- ¿Algo más?

- Bueno, ya vuelvo con la orden.

- ¿Cómo estuviste últimamente? Te llamé a tu casa, pero siempre que me atendía tu compañera de cuarto me decía lo mismo; “acaba de salir, la perdiste justito, justito.”
- Já. Si supieras lo ocupada que estuve estos últimos días. Mi hermana va a casarse dentro de un mes y la estoy ayudando con los preparativos.
- Me imagino… me imagino…
- Y vos, ¿Qué me contas de tu vida?
- Me mantiene ocupada mi familia también. Pero, a diferencia de vos, me entretienen con cosas desagradables. Muchas peleas. Está toda mi familia en contra de mi hermano menor, y, la verdad es que no sé dónde me deja eso… si me pongo en contra de mi hermano, si lo defiendo, si adopto una posición neutral… no sé qué hacer.
- Mmmh.
- Cambiemos de tema…
- Aquí están. Para usted el café, y para la joven el té.
- Gracias.

- Perdón por lo del otro día. Y estuvo mal que te hayas enterado por otra persona. ¿Quién fue el estúpido que te dijo? Te juro que lo voy a matar. Sólo la llevé a su casa. Te juro por mis viejos que no pasó nada.
- Sí, sí…
- En serio, ¿por qué tenés esa cara? ¿Estás cansada? ¿Te alcanzo a tu casa?
Te juro que no pasó nada.
- Estoy bien, no te preocupes.
- Te juro.
- Ya sé.
- No pasó nada.
- Está bien. Ya te perdoné.
- Qué bueno…



POEMA AL IMPERMEABLE


Lágrimas caían sobre el papel que comenzaba a arrugarse. Pero seguía la muchacha, decidida a enfrentar sus sentimientos de alguna forma irracional, abstracta y poética. Quería dibujar con las palabras lo que no podía expresar de otra manera más tangible.
Era como una critaturita salvaje escapando de la fiera desgarradora del amor que no le devolvía nada. Se sentía desnuda y desolada luego de cada encuentro y descargaba, cada vez con más fuerza, la tinta sobre el papel:

"Nuevamente me dejas aquí frente a latidos, frente a nuevos sentimientos
No te entregaste, no te recibí, hoy no sentí tu cuerpo presionando contra mí
Pero es tan rápido el momento, tan efímero pero tan lentamente letal
Que me consume y me alienta a no dejar de pensar.

Terrible es el sentir que entre tus palabras se desata
Tan inocuo y adherente que por mis poros se dilata
Dejo salir de mí la angustia y en cambio me lleno de satisfacción
Me deshago en tus manos que me dan nueva forma, nuevo color

Tócame, siente, palpa mi latir
Que por mi cuerpo se desata y se vierte
Que con tus manos desplazas y sientes
Que ante tus ojos se acelera dejándome sin respiro.

Otra ilusión fantaseada desde afuera
Salgo de mí para vernos, sin creerlo siquiera
Nuevamente iré a dormir entre pensamientos impuros
En tinieblas melancólicas que con tu luz alumbro."



GESTACIÓN

Salvo que…

Se le iluminaron los ojos. La venganza era clara.
Una acusación por abuso a la empleada menor de edad.
Un juicio.
Unas fotos.
Sollozos frente al juez.
Una despedida.
Unos millones y un campo.

Fue corriendo a buscar a Salma la mañana siguiente. Tocó fervorosamente la puerta.
¡Tún – tún – tún!
Abrió Salma en rob con un rostro pálido de recién amanecida.
- ¿Todavía querés sacártela de encima a Mariela? Te propongo que me la pasés a mí. Que venga a trabajar a casa por un tiempo. Sé que Dago me es infiel desde que tuvimos a Sofi. Vos te deshacés fácilmente y con una excusa de la chica y yo lo agarro “con las manos en la masa”.




C’EST FINI

Me voy. Me quiero alejar de este lugar con el dinero. Te deposito lo planeado en el lugar que hablamos. Me despido y te dejo estas palabras que te van a acompañar para siempre.

"Somos una gran llama de fuego muriéndose
Somos las brasas, la resaca, los restos
Somos el pasado amoroso hecho cenizas
Somos victimas de que todo lo bueno se termina.

Éramos sonrisas y silencios tan cómodos
Éramos palabras y murmullo
Y no somos nada en esta vista desierta
No somos nada en esta noche de insomnio.

Cierro los ojos y puedo sentirte a mi lado
Siento tu cuerpo, tu aroma, tu tenue respiración
Y a la vez me inunda un vacío remoto que me deja helada
Porque abro los ojos y me encuentro con nada

De noche te sueño entre recuerdos y posibles encuentros
Estamos, estás conmigo, lo siento, lo palpo
Ilusa despierto entre alucinación y fervor
Y caigo de nuevo, presa de mi propio error.

Y divertite y gozá y disfrutalo y viví
Como si estuviéramos juntas, en la sierra, ahí
Y te sigo esperando, porque no termina en un mero recuerdo gris
Somos fuego, quizá luego ceniza, imposible de extinguir."




EL SILENCIO ANTES DE LA TORMENTA

- Entonces, ¿con un par de fotos, una declaración de un tercero y la mía ya está?
- Debería…
- No me sirve que me digas eso.
- No puedo asegurar nada. Como abogado te puedo aconsejar que lleves suficiente evidencia porque puede tornarse en tu contra. Aunque, por lo general, las fotos realmente dejan poco margen de duda.
- Si. Es suficiente. Mi única preocupación es que se firmen los papeles del divorcio y que el juicio dure más de lo planeado, y si Dago llega a irse del país antes de que termine el proceso voy a quedar igual que antes: mis pertenencias y ni un centavo por juicio a infidelidad.
- Hmmm
- Hmmm qué
- Me llegaron tus fotos de esos dos haciéndolo. No vas a tener problema. Es lo que llamamos “evidencia irrefutable”.
- ¡Viste! Son buenas, ¿no?




ELLAS

Luz: poca. Ruido: la respiración. Música: la de sus cabellos sobre la almohada. Calor. Por ahora sólo miradas ciegas, sentidos atentos, mucha excitación y una espera fervorosa y ardiente.
Sería como la primera vez. Aquel encuentro inesperado en la casa de campo, donde habían sabido encontrarse y satisfacerse plenamente.
Sería mejor que el primer acercamiento. Más intenso, lejos de ser rutinario, lejos de ser aburrido. Se conocían enteras. Las curvas sinuosas eran caminos propios, terreno familiar, y era fácil encontrarse y recorrerse ya que estos senderos ya habían hecho de sus cuerpos un parque de diversiones.
Eran animalitos hambrientos. Ambas disfrutaban cada segundo de este momento. Comenzaron a arrastrarse sobre las sábanas como gatitos en busca de enardecimiento. A la espera de la noche más dulce de las últimas semanas, quizá meses.
Dago se encontraba en su típico viaje de negocios quién sabe en qué parte del mundo, quién sabe qué tipo de negocios. Pero ni valía la pena desperdiciar este momento tan preciado y tan esperado pensando en las aventuras de su marido. Roberto andaba por ahí. Que se enterase del romance entre su mujer y su cuñada no era motivo de preocupación para las muchachas, quienes ahora se hallaban más inquietas y efervescientes que nunca.
Pero la cama ya las conocía. Y pronto ya habían visitado cada rincón de esa enorme king-size. Era momento de ducharse. ¿Para sentir que se pertenecían de una manera más pura? ¿Para borrar lo pecaminoso de su relación? ¿Para que el agua les hiciera olvidar lo que estaban cometiendo?


Para refrescarse.



INSTINTO

Se vieron entre luces intermitentes, entre un vaivén de colores y formas, entre la gente. Hablaron un largo rato, y fue suficiente, aparentemente, porque abandonaron juntos la fiesta. Como muchas otras personas en el mundo, lograron intercambiar gestos, risas y caricias desde un principio, pero, a diferencia de muchos, parecían realmente sentirse. Sería extremista decir que son los únicos en el mundo que pudieron pertenecerse tanto tan rápidamente, sin embargo, es cierto que, luego de bailar un par de temas e intercambiar datos, como su nombre, su edad y su oficio, crearon un vínculo más que nada, de sensualidad.

Luego de la fiesta se dirigieron al auto. Acababa de conocerla, pero lo gustó. Salma era bella, pero esta rubia se dejaba desear. Y lo había mirado, le había bailado, y le seguía hablando ahora mientras entraban al coche. Su perfume era fuerte. Dejaba rastros de su presencia en la noche helada. Y se quedaba firme ahí el aroma, intacto en el aire, congelado por su paso, boquiabierto por su presencia. Y era tan rubia. Se sentaron y cesó la conversación. Sin muchas cosas en común, es cierto, sin embargo, latían las incontenibles ganas de seguir mirándose.
Isabel nunca se enteraría. “Además”, pensaba Dante, “estamos hace tan poquito juntos. La voy a seguir viendo… esta rubia está tan buena. Sólo por esta noche, Tirone: es tu premio”.
La llevó al departamento que compartía con otras tres amigas. “Si están todas tan buenas como ella, ¡Dios mío!: cuatro regalitos del cielo, cuatro angelitos”.
Las palabras iban y venían como el viento que soplaba las hojas de los techos. La noche, espectante, amenazaba con sonidos fuertes y silbidos inconscientes que le repetían a Roberto que no estaba haciendo lo correcto. La noche le advertía, lo asustaba con sus luces ciegas, con el apagón y la lluvia. Pero el, ciego y sumiso ignoraba o intentaba hacer caso omiso de las advertencias.
Cuando llegaron a su casa, Dante se bajó del auto. Educadamente le abrió la puerta y la acompañó a la puerta. No mostraba ninguna señal del apetito que lo carcomía, no dejaba que su carnal deseo de apoderarse de ella por la cintura y el muslo se manifestara. Hizo bien. La rubia le agradeció el viaje de vuelta a casa con un tierno beso en la mejilla. Y eso fue suficiente para que roberto estallara de emoción en su alma. No pudo contenerse y sujetó a la muchacha por las caderas, la acerco a él y la besó en los labios con tanto fervor que terminaron abriendo la puerta con maniobras espásticas, cuánto anhelo e impaciencia.


Salma nunca se enteraría.




ANSIAS

Introdujo la carta silenciosamente por la abertura entre la puerta y la alfombra. Prefería despedirse de esta manera. Un nudo en la garganta no le permitía respirar para recomponerse. Sabía que probablemente no lo vería por mucho tiempo, quizá estudiarían en otros países, quizá no se verían más sus padres y ellos tampoco. Le molestaba empezar el primer año universitario con tan pocas ganas de volver a una rutina.
Una lágrima despertó su rostro que hasta ahora parecía congelado. Frunció el ceño y se contuvo. No podrían haber sido más que amigos, nunca.

Quiero dejar de sentir, poder dormir, despertar, y sé que encontraré nuevamente esta incentidumbre absoluta.

Qué corto este trayecto aventuroso y dinámico
La esperanza de que durara esta emoción eternamente
Lo del campo, conciliado y afianzándose
Tu boca y nuestras manos entrelazándose

Quiero dejar mi cuerpo y volar, y vernos desde afuera para entendernos

Para qué sirve el amor, si no hay consuelo
Por qué tanto afán por sentir, si se nos arrebata el sueño
Tanta euforia, tanta ansia por vivir algo exóticamente nuevo
Tanta nostalgia al ver que muere, intacto el parentesco.

Este amor, que parecía infinito, tenía los días contados, tenía las noches marchitas.

Y el amor jovial, qué mejor!
El sentimiento más fuerte, la pena con más dolor
Es como si en un Segundo me penetraran mil dagas
Y yo, sin saberlo, sospechara

Es como si me dejaras en una pesadilla sin final, y es como si esa pesadilla fuera mi pensamiento y se convirtiera en realidad.

Quiero poder dejarte y dejarnos,
Quiero dejar tu aroma y a tus tiernos abrazos desatar
Quiero arrebatar en una síntesis de lo vivido
Todo recuerdo que me remita a lo Tristán

Y al mismo tiempo es una fuerza inamovible. No puedo dejarte, sería sofocante, sería morirme. Y me muero a la vez al pensar que todo terminará en tan solo 1 mes.

Dejame ahora, para no sufrir más la larga espera
Estos días, los mejores y a la vez, la despedida
Cada último instante del tiempo juntos que nos defina
Que envuelva lo que fuimos: para siempre, un enigma.

Un laberinto sin resolver y una breve historia sin terminar. Una novela con introducción, con nudo, y sin final. Desenlazame, dejame completa, no me destruyas más.

Dame suficiente calor como para sobrevivir este largo invierno sin tí
Necesito saber si te tengo como atrapada me tenés a mí
Enredame para siempre en tu Mirada y en tu pensamiento
Acompañame, a cada paso por todo el Mundo atento
Demos una respuesta a la audiencia, cerremos el acto, demos fin al concierto.



¡WHISKY!

- ¿Qué fue eso? ¿Escuchaste algo?
- ¿Qué? Sí… Ehm; dale, no pares. Estoy seguro de que no es nada. Te dije, estamos solos en casa.
- ¿Y si la señora volvió antes del campo?
- Nunca vuelve antes. Siempre se retrasa. Y te dije que no la llamaras señora. ¿No crees que el respeto se perdió la primera vez que te visité?
- Hmm… Gracias.



- No hay mejor ambientación que el silencio de fondo y el ritmo agitado que entonan tus bocanadas de aire.
- ¿Estás seguro de lo que estamos haciendo? ¿No tenés miedo de que nos encuentre tu mujer así, acá? ¿No te importa que todo se termine con ella? ¿Y tu hija? No quiero imaginarme lo que sería para ella. Cuánto sufrimiento… Cuánta mentira. No es que me agrada tu hija, nunca me aceptó. Siempre buscaba a tu sobrino Tristán. ¡Qué loca! Quería tener un algo con su primo. Hay que ser retorcida y descarada. Menos mal que no la llevaron más al campo. Ahora sólo va tu mujer. Por suerte. Así tenemos estos momentitos solos. No es que me moleste que me acompañes mientras está ella en casa, sólo que me siento más segura si estamos solitos, ¿no te parece? Qué bien me hacés sentir. Estuve tan sola tanto tiempo. Y siempre me sentí tan inferior. Es verdad que tus cuñados siempre me hicieron sentir cómoda, siendo hija de su empleada de toda la vida y todo. Me vieron crecer. Y yo los ví separarse. Eran tan unidos al principio. Solía imaginar que era cosa de ricos nomás. Pensaba que si tenías plata todo era mejor, con más tranquilidad financiera se puede disfrutar más de la vida, del amor, de la familia y del tiempo libre. No tener que torturarse pensando qué va a haber en la mesa día a día debe de hacer bien. Pero todo empezó a cambiar en las visitas que hacían vos y tu mujer. Es como si hubiera explotado la familia. Tristán descubrió que era adoptado. Y todo se fue desmoronando…
- … como un montón de piedras.
- Sí. Exactamente. ¿Vos también te diste cuenta de lo que les pasó?
- No. Siempre fueron iguales para mí. Un matrimonio frío y distante. Mi hermano, ausente. No deben ni tener vida íntima. No puedo imaginarlos felices. No los conocí en un su mejor momento.
- Mejor así. Son insoportables los enamorados.
- Hmm
- ¿Prometés no burlarte?
- No, sabés que no puedo cumplir con mi palabra.
- Me mandaba cartas de amor con Tristán al mismo tiempo que él andaba con tu hija Sofi.
- Jajajaja
- Hmm… no esperaba esa reacción.
- ¡Qué querés que diga! ¡Estuviste con mi sobrinito! Es motivo de risa, ¿no?



- ¿Qué fue eso? ¿No viste ese flash?
- Soy yo, que flasheo cuando te veo, mi amor.
- Dani, creo que nos acaban de sacar una foto.



LO ANUNCIADO


- ¿Hola? ¿Salmita, sos vos?
- La casa del campo, el departamento, los autos, la casa en la playa, los muebles…
- No me digas, mi amor… Dónde estás?
- Yo te dije, te dije que era una idiota. Me hizo firmar ese papel antes de casarnos. No puedo creerlo, no puedo creerlo. ¿Y ahora qué hago?
- Dónde estás?
- Yo sabía, yo sabía.
- Querés que nos encontremos?
- Decime una cosa, ¿lo sospechabas vos? ¿Tan evidente era que me iba a pedir el divorcio? Hace tanto tiempo que lo nuestro dejó de ser un matrimionio que ya me había acostumbrado. Ya olvidé qué es el amor.
- Te prometo que esto no va a quedar así. Yo te voy a ayudar. No estás sola. Somos dos en esto. Tengo tantas ganas de estar ahí con vos abrazándote. Quiero ayudarte en este momento tan horrible.
- No puedo hacer nada, eso es lo peor de todo. Maldita sea la justicia. Maldita la ley.
- No te preocupes, vamos a encontrar alguna forma de vengarnos. Dejámelo a mí.
- Suipacha 214.
- No te vayas, estoy saliendo.




LA VENGANZA VIENE DE A PARES

Tun – tun – tun. Se abrazaron. La dulce espera hace a la intensidad. Por qué la distancia provoca un deseo incontenible de ver a la otra persona? No sabían bien. Todos somos víctimas ignorantes del poder de la separación forzada.

Isabel no estaba triste, estaba preocupada. Se preguntaba qué pasaría con Tristán.
Habían planeado la adopción en base a un matrimonio. Suponía que iría a la universidad (que Dante tendría que pagar) y viviría ahí. Pero por ahora no habían intercambiado palabras.
Ana la miraba con un poco de asombro, aunque siempre tuvo en claro que Salma y Dante se divorciarían. Le pasaría lo mismo a ella? ¿Ahora que había descubierto que Dago se acostaba con Mariela, dejaría que se derrumbara su relación con él también? Podía verse encarnando la incertidumbre que invadía el rostro de su compañera. Ella también se quedaría sin nada si se divorciaba de Dago.




MÁRTIR, VICTIMARIO

Al salir de la habitación de servicio, sonrió. El vestido azul recorría sus curvas alegres cubriendo delicadamente y con dulce predilección su peligrosa naturaleza. Creía que se habían percatado del flash, pero era algo que ella no podía evitar, la habitación era oscura. Los rostros debían verse claramente. Sonrió nuevamente. Qué satisfacción. Podía distinguir murmullos transportándose desde el interior de la habitación hasta sus oídos. Y a medida que se alejaba se desató una pelea entre Mariela y Dago. “Espero que no le haga daño”, pensó. Pero tenía asuntos pendientes, cuestiones más importantes en la mente. Sabía que Mariela lo entretendría por un rato. Juntó lo que todavía quedaba de ropa en placares ya ajenos, guardó sus joyas: todo lo que no usaba hace tiempo. Cargó la valija y un bolso y salió serena y hermosa, hermosísima como siempre, por la puerta trasera. El sol estaba comenzando a asomarse, sin rencor, sin remordimiento, decidido y vital. A pesar del crudo invierno, el calor la besó, como felicitándola. Unas niñitas, aparentemente hermanas, cruzaron frente suyo por la vereda: la primera en bicicleta y la que le seguía en monopatín. La hermana mayor le estaba enseñando a la más pequeña a defenderse de los chicos para que supiera qué contestarles cuando se hicieran los chistosos. “Y a la salida, si no estoy es porque ya me fui. ¡Que no te acompañe un compañerito a casa eh!” dijo sabiamente la mayor. Las risas fueron esfumándose mientras se alejaban. Respiró. Exhaló. Llamó a su concuñada.

“Ya está”, le dijo.

“Pasame a buscar”.