Monday, October 08, 2007

El jardín del alma

Con cada paso, cada acercamiento, se acentúan el sueño y la inquietud. Es como si quisiera penetrar en ese mismo instante en un mundo irreal y desconocido para mí. ¡Y es tan simple a la vez! Es tangible e imaginable y existe dentro de mi mente. Puedo preveer como sería y a la vez el pronunciar la palabra desencadena un escalofrío que me deja inerte. Alma. ¿Existirá tal cosa? Y mientras saboreo la amargura del miedo me invade el deseo de volver a sentir el amor.

Al cerrar los ojos recuerdo aquel valle de margaritas que se mecían con la brisa, como acariciadas por una mano gentil. Es un mundo particular y ajeno a todo sentimiento terrenal. El sol inunda el aire de un modo envolvente y refrescante, mientras tus ojos miran los míos y nos amamos. Aquel mundo, donde las obligaciones existen únicamente en la imaginación y donde los deberes son placenteros y gratificantes nos pertenecía. Aquel mundo, nuestro espacio verde y acogedor, nos alienaba de nuestras propias convicciones. Los sabores más dulces estaban en el aire, y los conejos y los zorros eran amigos.

Un día, mientras nos sumíamos en el césped, que parecía una gran nube blanda, me contaste la historia de una niña joven y astuta. Relataste la forma en la cual cerraba los ojos y contemplaba su mundo interior. En su mente existían praderas y un gran lago cristalino, a donde fluían sus lágrimas y sus penas. Me contaste acerca de esta niña y de cómo fue creciendo y aventurándose dentro de su imaginación. Tenía el poder de pertenecer a otro mundo; un mundo de absoluta libertad. Imaginaba todas las estructuras redondas y curvas, ya que su miedo más profundo era lastimarse. Había formas rojas, rosas, azules, verdes, naranjas, violetas, celestes, amarillas.
Pero a pesar de que este mundo parecía perfecto, la niña sentía en su pecho el dolor de la soledad. Abría los ojos para volver al mundo real; a la violencia, a la familia, a las calles, a un lugar donde también existía el color negro. Su imaginación no era capaz de otorgarle calma y sentido de pertenencia.


Te contesté que la historia de la niña me inquietaba y me dolía y sujeté tu mano de una forma tan fuerte que por un momento creí que permaneceríamos unidos por el resto de la eternidad. Pero mi deseo de sentir tu cabello sobre mi cara, de recostarme sobre tu espalda y unirme al ritmo de tu respiración fue indudablemente en vano. Me sentía como una corriente de agua, pura y cristalina, que nunca llegaría a ser degustada. Era prohibida, casi inexistente, helada.

De pronto desapareció tu tacto. Desaparecieron el cielo y los sabores dulces. El calor de tu mano fue reemplazado por un silencio amorfo e inhumano. Y me levanté en la oscuridad de aquel campo desierto. No podía ser que fuera el mismo lugar que antes me habia contenido. Y como la niña, desamparada y naufragando en mi propio ser incierto, abrí mis ojos para volver.

Un ademán simple pero abrumador me reveló en un instante lo ocurrido; no podía ser yo la niña del cuento…¿O si?

Hace incontables noches que no cierro los ojos por temor a darme cuenta de que ningún jardín ilusorio me amparará. Temo ante la posibilidad de que no vuelva a ser como antes. No gozaré de aquel espacio propio donde el único sonido era el del viento acariciándome. Ya no estoy segura de que existo. No escucho el latido de mi corazón, no siento la respiración en tu pecho. Es como si cientos de dagas penetraran mi alma y yo sin saberlo, sospechara. La inquietud, la adrenallina y el temor actúan como prevención de que algún infortunio me acecha.

Con cada paso, cada acercamiento, me aproximo a ser la niña joven y astuta. Al cerrar los ojos invitaré a la desgracia. Ahora estoy segura de que existe el alma y que la soledad ha culminado por derrotarla; derrotarme. El miedo y el ansia son mis heraldos y mis escoltas. Cruzaré al jardín, cerraré los ojos para convertime, una vez más, en ejecutora de mi propia perdición. Pero es una realidad inmortal que me iniquetará si no abro la puerta y si no la afronto. Y de esta forma terminará la historia de una mujer que se atrevió a soñar y que al ver la imposibilidad de tan majestuosa hazaña lamentó haber accedido en un principio a un bien ilusorio y destructor.

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